En un país donde los problemas más urgentes siguen sin solución, el presidente Nicolás Maduro ha optado una vez más por adelantar las celebraciones navideñas, decretando su inicio para el próximo 1 de octubre. Lo anunció con entusiasmo en su programa semanal “Con Maduro +”, transmitido por el canal estatal Venezolana de Televisión (VTV), como si el país no enfrentara una crisis estructural que ha expulsado a más de 7 millones de venezolanos en la última década.
“No es la primera vez” y probablemente no será la última que Maduro acude al recurso simbólico de la Navidad anticipada como una fórmula de evasión colectiva. Según el propio mandatario, se trata de una estrategia que “ha ido muy bien para la economía y la cultura”, aunque los datos económicos y sociales del país dicen otra cosa. Con inflación persistente, servicios colapsados y sueldos públicos por debajo del umbral de pobreza, la medida parece más un intento desesperado de maquillar la realidad que una política cultural seria.
A juicio de Maduro, adelantar la Navidad es “defender el derecho a la felicidad y a la alegría”, una frase que suena más a consigna vacía que a plan de gobierno. En su narrativa, no hay espacio para la autocrítica ni para el reconocimiento de que la mayoría de los venezolanos apenas sobrevive. En cambio, ofrece luces, villancicos y árboles navideños desde octubre, como si un decreto pudiera borrar la precariedad.
La medida no es nueva. Desde 2013, Maduro ha usado la Navidad anticipada como recurso propagandístico. En 2024, por ejemplo, la decretó incluso antes, el 2 de septiembre tras ser proclamado ganador en unas elecciones presidenciales denunciadas por la oposición como fraudulentas. Es difícil no leer estos gestos como maniobras de distracción en momentos clave, buscando anestesiar el descontento con festividades impuestas desde el poder.
Durante el mismo programa, Maduro también hizo gala de su habitual retórica antiimperialista, afirmando que “ninguna generación de venezolanos se va a humillar al imperio gringo”. Sin embargo, su discurso grandilocuente contrasta con una realidad interna marcada por la falta de servicios básicos, la escasez de combustible en el interior del país y la dolarización informal que deja por fuera a los más pobres.
El adelanto navideño, lejos de ser una decisión inocente o meramente simbólica, evidencia el uso del calendario como herramienta política. En lugar de enfrentar los verdaderos desafíos de la nación, el gobierno se aferra a gestos festivos que poco o nada cambian la vida diaria de millones de venezolanos.
Navidad llegará en octubre, sí, pero con los mismos problemas de siempre. Con suerte, algo de pan de jamón y gaitas grabadas podrán disfrazar, por unas semanas, la profunda crisis que sigue sin resolverse.

