La renuncia irrevocable de Laura Sarabia al Ministerio de Relaciones Exteriores no solo marca la salida de una de las figuras más influyentes del Gobierno, sino que revela las tensiones internas y la fragilidad de la estructura de poder en la Casa de Nariño.
Sarabia, considerada durante años la mano derecha del presidente Gustavo Petro, presentó su dimisión tras la desautorización pública del mandatario frente al manejo del escandaloso contrato de pasaportes. Aunque su carta de despedida está cargada de palabras de gratitud y lealtad, el trasfondo político apunta a una ruptura profunda.
“La parte más importante de mi vida pública ha transcurrido a su lado”, escribió Sarabia, en un tono melancólico que contrasta con la evidente incomodidad que arrastró en los últimos meses, cuando su papel como canciller fue cada vez más cuestionado dentro y fuera del Gobierno.
El episodio que precipitó su salida la contradicción directa del presidente sobre el contrato de pasaportes expone un estilo de liderazgo impredecible que ha dejado varios funcionarios en el camino. En este caso, la diferencia no fue menor: Sarabia defendió una decisión administrativa que luego fue desautorizada por el propio jefe de Estado.
La renuncia, aunque presentada como un acto de “coherencia personal”, también puede interpretarse como una forma de resistencia frente a una gestión presidencial que no tolera contradicciones, ni siquiera de sus aliados más cercanos.
Con su partida, el Ejecutivo pierde no solo a una canciller, sino a una pieza clave en el engranaje de poder. Sarabia no era una funcionaria más: manejó temas estratégicos, protegió al presidente de varios escándalos y consolidó su influencia como una figura de confianza. Su salida deja un vacío político considerable y alimenta las versiones sobre un Gobierno cada vez más aislado.
Hasta ahora, el presidente Petro ha guardado silencio sobre la renuncia. En contraste con el protagonismo que tuvo Sarabia en los primeros años del mandato, su salida ha sido tratada con aparente indiferencia. El silencio, en este caso, también comunica.
La pregunta que queda es si esta ruptura marca el inicio de un reacomodo dentro del Gobierno o si, por el contrario, profundiza el desgaste de una administración que parece caminar con sus alfiles más leales fuera del tablero.

